Politique

Hoy es el 8 de marzo. Una de estas jornadas que se inventan para todo lo que está en peligro, amenazado, frágil. Hoy, según parece, es el día de la mujer, de las mujeres… de los derechos de las mujeres. Y aunque hoy, yo que soy una mujer tengo ganas de escribir para los hombres. Porque tengo miedo de que los hombres estén en peligro. Y por lo tanto que nosotros lo estemos también.

Soy una mujer. Conozco a los depredadores, los manipuladores, los despectivos, los torpes, los criminales. Los he conocido en mi carne. Quienes estropean a las mujeres porque son mujeres. Que las han hecho objetos de sus impulsos, las alfombras donde ellos limpian sus frustraciones, los territorios donde ejercen su poder. Pero no quiero dar a estos hombres el monopolio de representar a todos los hombres. No quiero que ellos confisquen a los hombres lo que es ser un hombre. Y nunca dejaré a las mujeres, tan ideólogas como los que pretenden combatir, convertir  a los  hombres en una entidad asociada a la podredumbre que sería nuestro enemigo absoluto. Lo que hay que combatir es un sistema patriarcal del que tod@s somos hereder@s y reproductor@s, por adhesión, por sumisión o por indiferencia. Es un largo combate, pero este no es un combate contra los hombres, ni contra los hombres blancos, ni contra los hombres   ricos. El desprecio y la violencia contra las mujeres también existen entre los hombres no blancos y pobres. Las mujeres que están obsesionadas por su apariencia, por su exceso de kilos, por la erradicación de sus vellos, reproducen igualmente el sistema que las esclaviza.

Por lo tanto lucharé con todas mis fuerzas para que me respeten, no sólo como mujer, sino como individuo de piel negra u oscura, con un cuerpo que no corresponde a los cánones de belleza o a los estantes de los almacenes, como personalidad demasiado entera, demasiado intensa, demasiado exigente, demasiado presente, como una persona con múltiples pertenencias que no cabe en las cajas preparadas por la sociedad, como artista también, y no “mujer-artista”. Así es como lucharé con todo mi ser para que no aplastemos a todos esos hombres. Enamorados o seductores, encuentros de una noche o de una vida. Los que saben encarnar sus sentimientos y los que no saben, los que piensan bien y hacen daño, los que no saben cómo hacerlo, los que tienen miedo y huyen, y los que, quizá, ya no saben dónde meterse, si todavía tienen derecho a decirle a una mujer que es bella, si tienen que verbalizar cada uno de sus gestos para pedir permiso, si tienen que feminizar cada palabra. Quiero a estos hombres a mi lado, incluso torpes, incluso inhábiles Necesito estos hombres para amarme. Para acoger mi potencia, como acogeré su fragilidad.

No quiero que nadie, sea hombre o mujer, se acerque a mí pretendiendo saber lo que soy porque soy una mujer. Porque no soy sólo una mujer. Soy una mujer y al-go más que eso. Así que tampoco me acercaré a ellos, diciéndome: “Los hombres son” esto o aquello, o “Somos mujeres así que, entre nosotras, nos entendemos mejor”.

Mis afinidades van mucho más allá de mi género. Quiero poder ser amiga de los hombres, acercarme a ellos como una buena compañera, sin contenerme con el pretexto de que soy una mujer. Poder decirme a mí misma: “Se parece a mi hermano. El que nunca tuve”.

No seré solidaria con todas las mujeres porque son mujeres. Me solidarizaré con todas las víctimas de la injusticia de la violencia y las mentiras, pero su sufrimiento nunca justificará, a mis ojos, los atajos, el desprecio y el reenvío de la violencia. Las luchas de hoy tienen lugar en las oposiciones binarias y cómodas del poderoso contra el débil, del rico contra el pobre, del bueno contra el malo, las minorías contra el «blanco», de la mujer contra el hombre.  Esta lucha se hará sin mí. He experimentado suficientemente la complejidad de lo real, las situaciones y los seres humanos, para saber que estos esquemas binarios son sólo posturas que nos alivian, que hacen mucho ruido, pero no solucionan nada. He conocido ricos maravillosos y pobres huevones, blancos abiertos y racistas no blancos, hombres respetuosos y mujeres despectivas.

Sí, y mil veces sí, las víctimas de violaciones y de agresiones sexuales necesitan ser escuchadas. La fuerza de su grito se hace eco de la violencia que han sufrido. Pero este requisito de hablar sólo será un nuevo gesto de violencia, si se vomita sobre una entidad que se fabrica para mejor pisotearla, en lugar de depositarlo, para decir y reparar. Lucharé con estos hombres y mujeres que acogen esta complejidad y luchan por servir un mismo ideal de justicia y verdad.

Ser mujer no será mi estandarte. Será simplemente una de mis verdades. Ni más ni menos que las demás. No la usaré contra los hombres, sino con ellos. Porque diciendo esta es la mujer que soy, les permitiré convertirse en esos hombres que anhelamos.

Traduccion  : María Piedad Ossaba 

"Des scènes au quotidien"

Elle s’enroulait dans une serviette au moment où je passais. Ses longs cheveux blancs coulaient sur ses épaules maigres. L’envie d’aller lui parler s’est vite rangée derrière la bienséance, et j’ai baissé les yeux en accélérant le pas. Le sentier faisait le tour de sa maison à flanc de montagne. En arrivant de l’autre côté, sa chienne vient à ma rencontre. Elle aussi. Pieds nus. Elle me fait visiter sa maison. Elle est restée tout le temps nue dans sa serviette, sans aucune gêne, comme pour me rassurer sur le fait que je ne violais pas son intimité.

 

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La dernière fois que j’ai vu des cheveux blancs dénoués, c’était dans un hammam au Maroc que j’ai fréquenté chaque semaine pendant des années. Le lieu qui m’a fait découvrir pour la première fois le corps des vieilles femmes, savonnées, frottées et rincées par les jeunes filles. Des corps qui ont travaillé toute leur vie, qui ont enfanté, qui ont peut-être été violentés. Des corps qui ont attendu, qui ont porté, qui se sont courbés, qui ont dansé. Les corps gras qui se répandent et les corps maigres qui se replient. Les seins tombants et les seins saillants. Dans ce lieu embué et bruyant se montrait tout ce que nos sociétés nous apprennent à cacher : la vieillesse, l’usure, le trop plein, le trop maigre, les poils, les bourrelets, les taches, les cicatrices.

Lalla Fadma, rencontrée dans un village du Haut Atlas
Lalla Fadma, rencontrée dans un village du Haut Atlas

Où sont passés les corps de nos grands-mères ? Où est passé ce lien intergénérationnel qui passe des mains expertes des mères qui lavent leurs enfants, aux mains douces des jeunes filles qui shampooinent leurs grand-mères ? Ces corps qui rappellent que la beauté se loge ailleurs que dans l’esthétique.

Cette femme vit sans électricité dans une petite maison accessible par un chemin forestier. Elle cuisine sur un poêle, cultive un petit potager, elle n’a plus de dents et se rend au marché en descendant toute la vallée à pied, puis en faisant du stop. Sur les murs à l’étage où elle dort, des photos de ses voyages. Car pendant vingt-neuf ans, elle a fait le tour du monde sur un voilier. Cette femme vit en France, et n’a rien d’un cliché de carte postale. Parce qu’elle m’a accueillie à moitié nue, sans gêne, elle m’a redonné quelque chose que je croyais ne pouvoir trouver que de l’autre côté de la Méditerranée. La semaine prochaine, je la conduirai au marché.

 

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Quand les petites impressions révèlent les grandes questions… voici quelques scènes récoltées en parcourant une France qui ne se montre ni dans les journaux ni sur les guides touristiques, et qui nous racontent quelque chose sur l’humain auquel nous participons, et celui qu’il nous reste à inventer. 

 

Sarah Roubato a publié

couv Nage de l'ourse

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