Cada mes, Sarah Roubato escribe una carta abierta sobre un tema de actualidad. Y para este mes de abril, ¿qué otra pregunta podría imponerse aparte de la crisis vinculada al coronavirus? Una crisis que revela todo lo que nuestra sociedad puede tener de peor, de mejor y las lecciones que sería prudente aprender de ella?
Un huracán microscópico
¡Bien visto! Tenía que dar un gran golpe. ¿Los incendios de la Amazonia y de Australia? Demasiado lejos. ¿Las inundaciones y las tormentas? No son lo suficientemente espectaculares todavía. ¿Las crisis financieras? ¿Recuperadas in extremis. ¿Los movimientos sociales masivos? No están suficientemente organizados para derrocar los gobiernos. ¿La muerte del viviente? Demasiado lenta en la escala de vidas humanas. Se necesitaba algo que fuera más allá de la efímera emoción mediática o el bloqueo temporal de un país. Que nos tetanice. ¡Qué hallazgo! Un huracán microscópico que nos azota. Que de repente paraliza todo lo que creíamos destinado a mantener su ritmo inexorable. Un culpable sin rostro, que revela todas las fallas de este mundo que hemos creado.
Vimos las aguas claras de Venecia y las escenas de pánico para arrojarse sobre las pastas y el papel higiénico. Hemos visto los conciertos de balcón en Australia y las palabras de apoyo en los ascensores. La extraordinaria creatividad de los artistas frente a un mañana amenazado y el heroísmo de los profesionales sanitarios. Los picnics a orillas del Sena y los aplausos a las 8 de la noche. Porque esta es tu terrible belleza: revelas las fragilidades, pero también fuerza, egoísmo y heroísmo. Es sólo frente a ti que el ser humano se interroga y por fin piensa en cambiar. Al golpear al mundo entero, al hacernos a todos vulnerables, nos obligas a cuestionarlo todo.
La interdependencia de los países sobre los bienes esenciales como los equipos médicos, la de nuestras actividades con respecto a lo que viene de lejos, la fragilidad de los equilibrios financieros y planetarios cuando se desacelera la máquina. La relevancia de poder controlar nuestras fronteras, la relación entre líderes y ciudadanos a la hora de protegernos. Descubrimos, sin sorpresa, que se pueden encontrar miles de millones cuando queramos, que las cotizaciones pueden ser suspendidas, que el sacrosanto rigor presupuestario que estaba estrangulando los servicios públicos, en particular los hospitales puede ser aflojado. Descubrimos también, quizás con más sorpresa, cómo podemos habitar de una manera diferente nuestro tiempo y nuestros espacios vitales.
Otro tiempo, otro espacio para habitar
Para muchos, todo está en suspenso, mientras que para otros, aquellos cuyo papel esencial se descubre de repente en nuestras sociedades es la aceleración infernal. Y sin embargo, tetanizados (inquietos y tensos, sentimos que hay una última lección que aprender.
Desde nuestras ventanas, podemos ver lo que podría parecerse a un mundo sin nosotros: un mundo que respira y canta, donde lo viviente vuelve a ocupar su lugar. Una ventana milagrosa ofrecida como se obligaría a un niño testarudo a mirar (lo que hemos estado tratando de mostrarle desde hace mucho tiempo. Una ventana abierta también a nosotros mismos: frenados en nuestro consumo, cada uno de nosotros se encuentra ante lo que somos cuando ya no somos el consumidor destinado a hacer funcionar la máquina: un padre, un cónyuge, un hijo, un vecino, un ciudadano. Este repliegue sobre nosotros mismos nos invita a abrirnos a los demás y a tomar conciencia de lo que estamos participando. Así que lo que hago y lo que no hago tiene un impacto fuera de mí… …una evidencia que nuestra cultura de homo consomicus ha tardado unas cuantas generaciones en borrar.
Ahora nuestros espacios vitales se están convirtiendo en algo más que un dormitorio: un espacio de trabajo, un lugar de escolaridad para los niños, un parque infantil, un espacio de deportes. Todo debe tener lugar en 50 o 200 metros cuadrados. El infierno para algunos, el redescubrimiento para otros. Los padres deben asumir el papel de instructores y descubrir todas las dificultades. A veces los niños descubren a sus padres trabajando, y tienen que aprender a respetar ese momento. Estos niños, a los que se les suelen atiborrar con actividades y conocimientos, pueden volver a aprender a aburrirse, a relajarse, a ser actores de su tiempo, a dormir el tiempo que el cuerpo necesita.
Mientras que el tiempo bate su terrible cuenta regresiva para los pequeños agricultoros sin más mercados, se acelera para los cuidadores, los trabajadoros del sector agroalimentario, y para todos aquellos que empacan los paquetes y las comidas que pedimos, para otros el tiempo se estira. Se suspende. Fluye de nuevo. ¿Qué vamos a hacer con él? ¿Volver a lo esencial? ¿Recalibrar nuestras prioridades? ¿Descubrir que sabemos adaptarnos más de lo que pensábamos? ¿Qué otras formas de trabajar y vivir en familia son posibles? ¿O pisotear y atiborrarse de pantallas hasta que podamos volver de nuevo a las tiendas y a los viajes de bajo coste?
Un revelador de desigualdades
Sabes cómo presionar donde duele: bajo tu presión, las desigualdades y las fracturas sociales se revelan. En primer lugar, entre los que tienen que permanecer atrás y los que tienen que quedarse en la cubierta: profesionales de la salud, trabajadores postales, recolectores de basura, cajeros, agricultores, transportistas. Luego entre aquellos para quienes el cese de actividad significa una cambio de calendario y una ralentización de la actividad, y aquellos para quienes es un peligro de muerte: pequeños comerciantes, productores en circuitos cortos, trabajadores independientes, intermitentes, temporales, etc. Por último, las desigualdades en el confinamiento: los que viven cinco en 50 metros cuadrados y los que tienen espacio, los que están en la ciudad y los que están en el campo, los que viven en el campo y los que van a la residencia secundaria, los que tienen hijos y los que no. Por último, entre nosotros y nuestros ancianos, ya sea en sus casas o en una institución, que descienden un piso más en el aislamiento permanente en el que los dejamos.
Las heridas se abren. Y al hacerlo, se aprende a cauterizarlas. Surgen nuevas solidaridades. Los abogados han creado un colectivo para ofrecer asesoramiento gratuito. Los profesionales de la salud se prestan asistencia mutua entre distintos servicios que nunca habían creído posible. Lo que antes y todavía en algunos países era un gesto natural y que hemos transformado en un servicio de pago, lo redescubrimos como un deber ciudadano: los vecinos cuidan los hijos de los demás, los jóvenes del edificio van a hacer las compras para los ancianos a los que apenas saludaban hace unas semanas, cuyo nombre probablemente no sabían. ¿Es esto un entusiasmo solidario pasajero o un comienzo de una nueva organización de las relaciones sociales?
Un acelerador de transición
Aquellos que creen en una voluntad superior ya te convierten en la herramienta de un justo restablecimiento de los equilibrios que hemos destruido.La La advertencia suprema. Nuestros cerebros siempre necesitan un sentido. Si debe tener un sentido, debemos conquistarlo. Ya se oye el estribillo «Nunca más como antes» que el humano ha ridiculizado en todas las horas de las grandes catástrofes, antes de hundirse aún más rápido en su locura.
Así que, para aquellos cuya movilización consiste en permanecer en casa, tomémonos el tiempo de preguntarnos en qué estamos participando. Porque el ser humano también tiene esta excepcional capacidad de transformar lo trágico en potencial creativo, lo inaceptable en una oportunidad, la injusticia en un nuevo motivo de esperanza. Los imperativos ya están ahí y se precisarán: reinvertir en lo local, tender hacia la autonomía, basar nuestras vidas en algo diferente del consumo, hacer de la ayuda mutua y del compromiso ciudadano una herramienta de cohesión social, recuperar la libertad individual que siempre respete el bienestar colectivo.
Cuando podamos salir de nuevo, cuando los noticieros televisivos desgranen las cifras de la recuperación, cuando sea la hora de volver a abalanzarse sobre todo lo que se fabrica innecesariamente en el otro extremo del mundo, cuando de nuevo pasemos delante de nuestro vecino y apenas nos saludemos, que cada uno reanude su frenética carrera para seguir la máxima Trabaja para consumir, consuma para descansar de trabajar, cuando los transatlánticos gigantes invadan nuevamente Venecia, cuando los pájaros de nuestras ciudades canten sin ser escuchados, ¿qué quedará de esta formidable palanca de cambio que nos tiendes? El mayor peligro sería un retorno a lo que llamábamos «normal». Entonces regresaréis, en formas que ni siquiera podemos imaginar. Osemos, pues, el único heroísmo que nos queda : el de exigir un cambio radical. Porque ya es hora.
Gracias a Tlaxcala por la traduccion